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Cuando el remedio a las enfermedades eran los metales

Entonces sabemos que los elementos metálicos de la tabla periódica se encuentran entre los compuestos más tóxicos para el hombre, que puede producir una enfermedad aguda, desarrollada Después de el contacto a una dosis elevada, o bien bien una patología crónica por exposición prolongada a dosis baja. Aunque, A lo largo de siglos estos efectos no se conocían y acudieron utilizados para tratar las más diversas dolencias o, solamente, Tal como sustancias cosméticas. De esta forma, en el antiguo Egipto era bastante convencional pintarse en tonos verdosos los párpados inferiores, al tiempo que para las cejas y las pestañas se prefería emplear un polvo elaborado con plomo o bien antimonio al que se conocía Como al-kohol. Los primeros químicos fueron los alquimistas
En la Edad Media surgió la alquimia, un vocablo que deriva del término árabe alkimiya –mezcla de líquidos- y del griego chyma –fundir o bien derretir-. Su principio básico era la transmutación, que debía por objeto alterar cualquier metal en oro. No tardó en surgir entre los alquimistas la inquietud de aplicar su conocimiento al tratamiento de las enfermedades, enarbolando Del mismo modo que estandarte al mercurio, al que consideraron un aqua vitae. Djabir ibn Hayyán, un alquimista árabe más conocido De exactamente la misma forma que Geber, utilizó en el siglo octavo el vinagre de Saturno, una solución incolora de acetato de plomo, para tratar de forma tópica Algunas enfermedades. El mal de los franceses
En 1494 una epidemia se extendió Al igual que el aceite por el Antiguo Continente, unos la bautizaron De exactamente la misma manera que la “enfermedad de los franceses”, otros De este modo tal como el “mal de los italianos” y nuestros vecinos Al igual que “la enfermedad de los españoles”. Esta patología no era otra que la sífilis. El médico italiano Girolamo Fracastoro defendió el tratamiento con mercurio Del mismo modo que el remedio más eficaz ante a esta plaga. La receta recibió La denominación de “ungüento napolitano” y consistía en mezclar, de manera adecuada, el metal con grasa de cerdo. A causa a que este procedimiento se prolongaba A lo largo de años y Asimismo incluso Durante toda la vida, no tardó en hacerse famosa la expresión: “una noche con Venus y una vida con Mercurio”. Todo depende de la dosis Phillipus Aureolus Teophrastus Bombastus von Hohenheim –más conocido Como Paracelso- se dirigió un médico helvético que vivió en el siglo XVI y que estudió el efecto ventajoso de los metales en nuestro organismo. Su experiencia en este campo le hizo comprender que había que disponer mucho cuidado con la cantidad de “fármaco” que se administraba Porque, Según sus propias palabras, “la dosis correcta diferencia un veneno de un remedio”. De todos los metales Paracelso mostró un singular interés por el mercurio, al que atribuyó una acción diurética en aquellos pacientes que sufrían hidropesía. Sus followers defendieron a ultranza los efectos beneficiosos de estos compuestos, sin parar a examinar sus posibles toxicidades, lo que se tradujo en un océano de indeseables efectos secundarios en muchos de sus pacientes. En el siglo XVI al arsenal terapéutico se añadieron los metales preciosos, especialmente el oro y la plata. Lonitzer defendía que el primero “fortalece el corazón, mejora la sangre, cura la lepra y la tiña”. ¡Ahí queda eso! Siglos posteriormente la nómina se completó con el carbonato de plomo, conocido Del mismo modo que cerusa, que se utilizó, fundamentalmente, De la misma forma que abortivo en manera de píldoras o bien inyectables. Para concluir nos quedamos con el epitafio de Paracelso: “con arte maravilloso curó horrendas heridas, lepra, gota, hidropesía y otras enfermedades contagiosas del cuerpo y llevó a los pobres todos los bienes que había acumulado”. Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (La capital española) y autor de Varios libros de divulgación
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