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De qué forma pangolines y murciélagos nos enseñan que el coronavirus no salió de un laboratorio de Wuhan

En noviembre del año pasado, Una vez que la enfermedad COVID-19 todavía no había sido detectada en República Popular China, unos estudiosos publicaron un artículo que parecía más un esparcimiento propio de científicos encerrados en su torre de marfil que una investigación que resultara de aplicación práctica. Unos meses a continuación, aquella investigación básica ha resultado clave para conocer el genoma del SARS-CoV-2 y, con ello, su origen. Esto resulta fundamental para la investigación aplicada en su carrera para ubicar algún fármaco o bien vacuna que nos defienda en frente de la pandemia. El artículo presentaba los resultados de una investigación sobre las infecciones por coronavirus que sufrían los pangolines malayos. Desde la primera frase, los autores anunciaban el motivo que había impulsado su investigación: «Los pangolines son animales en peligro de extinción que necesitan protección urgente. Identificar y catalogar los virus es un enfoque lógico para conocer sus patógenos potenciales y ayudar a su conservación». Conservación. Nada que ver con la posible aplicación práctica a la virología patógena humana. El pangolín malayo (
Manis javanica
) es una de las ocho especies existentes de pangolín. Cuatro de ellas son asiáticas y otras cuatro, africanas. A causa a la gran reclama de su carne De este modo tal y como alimento y a sus escamas de queratina (Al idéntico que nuestras uñas) destinadas a su uso en medicinas tradicionales orientales, son los mamíferos silvestres más cazados y traficados del mundo. El mal estado sanitario y la baja inmunidad que afecta a las poblaciones en cautividad son un importante riesgo potencial para la salud humana, pues los animales infectados podrían constituir un reservorio vírico susceptible de infectar a humanos De La misma manera que ya habían demostrado Múltiples estudios metagenómicos sobre virus patógenos transmitidos por murciélagos, gatos, vacas, aves, caballos y cerdos silvestres. Aunque, se sabe muy poco sobre las enfermedades de animales amenazados De exactamente la misma forma que los pangolines. Los resultados de aquella investigación, que parecían una banalidad científica a finales de 2019, pasaron velozmente al desván del olvido donde descansan millones de publicaciones de investigación básica que semejan inútiles. Pero en un Sólo caso así, tardó poco en bajar Desde la buhardilla al salón primordial de la investigación biosanitaria. La data contrastada y fiable es más necesaria que nunca. A medida que el flamante coronavirus que causa la enfermedad COVID-19 se propaga por todo el planeta, los bulos, las falsedades y las hipótesis más absurdas se extienden prácticamente tan veloz Del mismo modo que el propio virus. Una de las hipótesis conspiranoicas más extendidas es que el SARS-CoV-2 fue creado por científicos chinos en un Sólo laboratorio de Wuhan, donde empezó el brote, Desde donde se habría dejado escapar intencionadamente para provocar la caída de Occidente. Aunque no les guste a antivacunas, terraplanistas, geoestrategas de pega y otras tribus partidarias de las conspiraciones apocalípticas, existen argumentos científicos más que suficientes para vivenciar que el SARS-CoV-2 es una zoonosis vírica originada en murciélagos Y luego transmitida Durante otros mamíferos a los seres humanos. Yo mismo, que no soy ni de lejos un experto, Me ocupé hace más de dos meses de ese origen. Más del 70% de las infecciones emergentes de los últimos cuarenta años han sido zoonosis, en otros términos, enfermedades infecciosas causadas por bacterias, virus, hongos o parásitos que se transmiten de los animales a los humanos. Pueden hacerlo Durante el contacto físico directo, A lo largo del aire o bien el agua, o bien Mediante un huésped intermedio. Con frecuencia, estos patógenos zoonóticos no afectan a los animales en los que residen, Sin embargo pueden significar un riesgo enorme para los humanos que no tienen inmunidad natural en contra de ellos. La demostración del origen natural del SARS-CoV-2 se dirigió una investigación publicada el pasado 17 de marzo en Nature Medicine, cuya conclusión no puede ser más tajante: «Nuestros análisis muestran Meridianamente que el SARS-CoV-2 no es un diseño de laboratorio o bien un virus fabricado a propósito», escriben los estudiosos. El SARS-CoV-2 está muy relacionado con el virus que causa el síndrome respiratorio agudo severo (SARS-CoV-1), que se extendió por todo el planeta hace prácticamente 20 años, y se dirigió controlado ahora de causar unas 8.000 muertes en República Popular China. Los científicos han concluido que el SARS-CoV-1 difiere del SARS-CoV-2 tan Solo por Varios cambios de letras clave en el código genético de Los dos. La estructura molecular general del SARS-CoV-2 se semeja más a los virus hallados en murciélagos y pangolines que habían sido poco estudiados y de los cuales se ignoraba que causaran daño a los humanos. Si es que algún doctor diabólico hubiera querido diseñar un nuevo coronavirus patógeno, lo habría diseñado Desde un virus del que se supiera que provoca enfermedades. ¿De dónde vino el virus? Podemos proponer una doble hipótesis. La primera continúa la estela del origen de ciertos otros coronavirus recientes que han ocasionado estragos en las poblaciones humanas. Sabemos que en ciertos casos los humanos adquirimos el virus directamente de un animal: civetas en la ocación del SARS-CoV-1 y camellos en el caso del síndrome respiratorio del Medio Oriente (MERS). En el caso del SARS-CoV-2, las investigaciones apuntan a que el animal era un murciélago que transmitió el virus a otro animal intermedio, con toda seguridad un pangolín de pacto con el genoma del coronavirus encontrado en estos animales, que lo transmitió hasta los humanos. Conforme esa hipótesis, las peculiaridades genéticas que hacen que el flamante coronavirus sea tan patógeno para infectar células humanas residían en esos animales Ya antes de saltar a los humanos. En la hipótesis alternativa, esas características patógenas habrían mutado ahora de que el virus pasara directa o indirectamente de un pangolín a los humanos. Después, ya dentro del nuevo huésped, el virus podría haber evolucionado para lograr penetrar De forma fácil en las células humanas. En el momento en que desarrolló esa capacidad, el patógeno sería Aún más capaz de propagarse entre las personas. Si es que el virus ingresó en las células humanas en manera patógena, eso aumenta la probabilidad de brotes futuros. El virus todavía podría estar circulando en la población animal y podría saltar nuevamente a los humanos, perfectamente listo para causar un brote. Por el contrario, las posibilidades de semejantes brotes futuros son menores si el virus tiene que ingresar primero en humanos a fin de que a continuación evolucionen sus propiedades patogénicas. Un dilema Aún por resolver, Pero que propone tres medidas urgentes para que una infección de esta naturaleza no se repita: hacer un seguimiento de los coronavirus que infectan a especies de mamíferos; prohibir el tráfico de vida silvestre, y reducir la exposición humana a la vida salvaje cerrando los mercados en los que se venden animales salvajes vivos, una prohibición ya adoptada por China. Manuel Peinado Lorca es Catedrático de Universidad. Departamento de Ciencias de la Vida y También Investigador del Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos, Universidad de Alcalá Este artículo viajó publicado originalmente en The Conversation. <img src=”https://counter.theconversation.com/content/135753/count.gif?distributor=republish-lightbox-advanced” alt=”The Conversation” width=”1″ height=”1″ style=”border: none !important; box-shadow: none !important; margin: 0 !important; max-height: 1px !important; max-width: 1px !important; min-height: 1px !important; min-width: 1px !important; opacity: 0 !important; outline: none !important; padding: 0 !important; text-shadow: none !important” />