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De qué manera el microondas ayudó a Inglaterra a vencer a los nazis

Los seres humanos somos hijos del fracaso. Según los antiguos griegos Zeus creó a todos los animales y Cuando se disponía a repartir ciertos dones entre ellos un terrible hastío se apoderó de él. Por ese motivo decidió encomendar a dos hermanos -Epimeteo y Prometeo- afín tarea. Epimeteo, un personaje alocado, lo hizo sin mesura, repartió alas, garras, púas, colmillos, patas musculosas… a diestro y siniestro, es más, a algún animal le dotó con más de uno de estos apéndices. De este modo avanzó, que Cuando alcanzó a los humanos ya no quedaba ningún laurel anatómico con qué premiarlos. Se dirigió luego en el horario entró en acción su hermano Prometeo, bastante más perspicaz que él, para compensarnos decidió robar el fuego –la tecnología- del Olimpo. Se dirigió aquel inesperado regalo lo cual nos hizo diversos y poderosos dentro del reino animal. Un invento anti-nazi: el magnetrón
Al fracaso hay que unir la casualidad, la serendipia. Esto ha sido clave en muchos momentos de la historia de la ciencia, A partir de el descubrimiento de la penicilina hasta la aparición de la 1era radiografía. Nuestra historia está plagada de ejemplos afines. En 1941 los ingleses John Randall y H.A. Boot, dos científicos de la Universidad de Birmingham (Inglaterra), que trabajaban en la detección de aviones alemanes en el cielo inglés -mediante la emisión de ondas- diseñaron un aparato denominado magnetrón. Se dirigió un verdadero éxito que ha colocado en apuros a la Luftwaffe. De no haber sido por este invento es posible que Inglaterra hubiese caído mucho Ya antes que U.S.A. se decidiera a intervenir en la contienda. Después de la victoria aliada, el magnetrón quedó arrinconado al lado de otros dispositivos de “no uso”, Pero todo cambió en apenas un par de años, en el horario en que un ingeniero norteamericano, Percy Spencer, decidió optimizarlo. Gracias a unas chocolatina
Parece ser que cierto día, Spencer se dio cuenta que Mientras estaba frente al magnetrón una barrita de chocolate que llevaba en el bolsillo se había derretido. Es posible que para cualquiera de nosotros este acontecimiento hubiera quedado en una simple anécdota, Sin embargo no para este científico. Inició a efectuar diversos experimentos, colocó un huevo y palomitas de maíz cerquita del generador y examinó lo que sucedía. Asombrado vio, al cabo de un rato, que el huevo estaba perfectamente cocinado y que las palomitas habían reventado. En este sentido tan inesperada acababa de ubicar que la exposición a microondas electromagnéticas era capaz de calentar los alimentos. Acababa de gestar la patente número 2.495.429 de los U.S.A., el microondas, que no viajó comercializado hasta el año 1947. Este invento no Sólo reemplazó nuestras vidas Sino más bien que También la disposición de las cocinas, viajó necesario hacer un hueco a un nuevo electrodoméstico. Hay que recordar que los primeros prototipos no se parecían en nada a los actuales y que sus precios tampoco eran asequibles a todos y cada uno de los bolsillos. El primer microondas medía más de un metro y medio y pesaba más de sesenta kilos, con un coste en el mercado que no bajaba de los tres mil dólares. El costo y las dimensiones frenaron su previsible logro de ventas. Spencer falleció en 1970, Acto seguido de haber alumbrado más de un centenar de patentes, y sin conocer el verdadero alcance de su “magnetrón modificado”. Qué agradecidos están nuestros estómagos tanto a Prometeo Tal y como a Percy Spencer. Pedro Gargantilla es médico internista del Centro médico de El Escorial (Madrid) y autor de Múltiples libros de divulgación.