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El cura y el anestesista: la extraña pareja que contuvo una posible pandemia

Uno de los actuales reclamos turísticos de Londres es el cosmopolita barrio del Soho: allí conviven pequeñas tiendas con grandes almacenes, teatros y salas de conciertos, restaurantes de toda clase y lugar, y bares que abren «all day long». Un sitio despreocupado y alegre en el que vaporosos vestidos de todos los colores ondean De este modo como banderas en centenares de escaparates. Pero no Siempre y en todo momento y en todo momento y en todo momento se dirigió un sitio tan «chic». A mediados del siglo XIX, la población, en su mayoría inmigrantes pobres, residía apelotonada y rodeada del único vapor de su propia inmundicia. La ciudad crecía a un ritmo acelerado. Tanto que no existían las infraestructuras adecuadas que impidieran algo tan básico De exactamente la misma forma que que el agua que ingerían y los excrementos que expulsaban no se mezclasen. Y De esta forma viajó de qué forma un pañal sucio se dirigió el origen de la peor epidemia de cólera que sufrió la capital británica. Si bien También el mejor caldo de cultivo para que una extraña pareja formada por un cura y un anestesiólogo sacudieran las bases del progreso de la civilización moderna. Esta es la consigna que utiliza el divulgador científico Steven Johnson en su obra «El mapa fantasma» (reedición ahora rescatada en de España por Capitán Swing), en la que nos presenta un Londres al borde del colapso por culpa de sus propios desechos: A partir de la figura del limpiador de letrinas, quien se dedicaba a quitar literalmente las heces del anticuado sistema de alcantarillado, al olor nauseabundo que provocaban los vertidos lanzados sin control al Támesis, que en 1858 originaron el fenómeno conocido De esta forma tal y como «El Enorme Hedor». De este modo, en el instante los últimos días de agosto de 1854 el bebé de los Lewis enfermó -ahora lo conoceríamos Como paciente cero- y su madre limpió sus pañales en un pozo negro cercano a la transitada y bien considerada fuente de Broad Street -se decía que su agua era la de más calidad de la zona, por lo que mucha gente se desplazaba exprofeso de otros puntos de la ciudad-, decenas de muertes se registraron en cuestión de horas por todo el barrio del Soho. Acá es donde entra en juego un binomio histórico totalmente inesperado: el reputado anestesista John Snow y el campechano reverendo Henry Whitehead. Snow era un médico seco y taciturno con sus pacientes que, Aunque, había ganado el respeto y la admiración de toda la sociedad de la temporada, al ser uno de los pioneros de la anestesia moderna (alcanzó a asistir en el parto del octavo hijo de la Reina Victoria). Por su parte, Whitehead era un adolescente sacerdote anglicano muy apegado a su comunidad de St. Luke, en Berwick Street, muy alrededor Soho Square, quien se conocía al dedillo la historia personal de cada uno de sus feligreses. Ciencia y paciencia El anestesista se acercó al problema con los ojos de un científico: su intuición le decía que había una explicación oculta, un patrón aún invisible que regía aquel brote de cólera tan virulento, que llegó a abandonar 616 fallecidos en apenas una semana. Snow tenía la idea de que la enfermedad se contagiaba A lo largo del agua, contra lo que pensaban los miasmáticos, la corriente más aceptada que estaba convencida de que el mal se esparcía En medio los malos olores -incluso la conocida Florence Nightingale apoyaba esta teoría con vehemencia en los escritos de la época-. Es por ello que se dedicó a visitar casa por casa del barrio, preguntando a enfermos y familiares acerca del origen del agua que habían consumido -en aquella época, ni siquiera se contemplaba la teoría de que un agente vivo, llamado bacteria, fuera el autor de la enfermedad, por lo cual no se podía simplemente analizar el agua, Al idéntico que ocurre en la actualidad-. En este sentido es De La misma manera que trazó un mapa cuyo epicentro era la fuente de Broad Street. El 5 de septiembre consiguió, no sin esfuerzo, que retiraran la palanca del surtidor. Desde acá, los casos descendieron en picado hasta la fecha en que se dio por controlada la epidemia. No obstante Todavía En este sentido, la comunidad científica seguía sin dar crédito al planteamiento del anestesista. Mapa creado por Snow donde cada raya es un muerto. Se puede ver que La mayor parte se apilan en torno al surtidor de Baker StreetEn un primer momento, el reverendo Whitehead, Después de oir la teoría de Snow, se mostró También en desacuerdo. Y para sentir que el médico no llevaba razón, empezó su propia encuesta, mucho menos metódica Sin embargo incluyendo apuntes personales que más tarde se mostraron Del mismo modo que decisivos. Así es Al idéntico que alcanzó hasta un pozo negro ubicado en el sótano de la familia Lewis, donde la madre del bebé limpió los pañales. Al excavar el sumidero, localizaron que, efectivamente, existían unas importantes filtraciones que conectaban este pozo con el sumidero de Broad Street, convenciéndose de que Snow -y no los miasmáticos, tal y Del mismo modo que él mismo pensaba- tenía razón. El reverendo regaló a Snow la patentiza terminante de su teoría, confirmando que no había sido una simple casualidad, Sino debía una causalidad probada. Este extraño tándem que, por cierto, terminó en amistad, sentó las bases para el control de los posteriores brotes de cólera. a su vez, sirvió Tal como motivación para reorientar la red de alcantarillado, que Desde ese momento vierte los desechos lejos de la ciudad. Una lección de de qué forma la evidencia científica unida al conocimiento local pueden detenerse una epidemia. ¿Les suenan de algo estos dos conceptos?