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No Solo les pasa a las madres: ser padre Asimismo varía el cerebro

Sólo cerquita de del 5% de las especies de mamíferos proporciona cuidados paternos a sus crías. La especie humana es una de ellas, No obstante el padre no ha participado Siempre y en toda circunstancia y en toda circunstancia De la misma forma. En las últimas décadas, a la vez que surgían nuevos modelos de familia, ha crecido la implicación del padre en el cuidado y crianza de los hijos. La aportación del padre al crecimiento de su hijo no es Solo genética, Sino más bien más bien, a su vez, su participación en el cuidado del niño en los primeros años, Al igual que ocurre con la madre, beneficia el desenvolvimiento cognitivo y psicoemocional del hijo. Es de sobra sabido que en la mujer se producen cambios hormonales y cerebrales A lo largo del embarazo y los meses Después de el parto para su adaptación al cuidado del hijo. No obstante ¿ocurre lo mismo en el padre Una vez que este asume las tareas de cuidado? La ciencia ha demostrado que sí. Existen evidencias de modificaciones parecidas, tanto neuroendocrinas De exactamente la misma manera que cerebrales. No obstante, por ser parcialmente reciente la investigación en este lugar, los estudios deben continuar para llegar a conclusiones definitivas. Menos testosterona, más oxitocina
Son Varios las hormonas que modifican sus niveles en la paternidad. Los varones que son padres Generalmente tienen niveles de testosterona más bajos que los que no tiene hijos. Es más, esos niveles son inferiores para los hombres que están más involucrados en las actividades de paternidad, en los padres de niños más pequeños y en los que pasan más tiempo con los hijos o bien duermen al lado de ellos. Por el contrario, los niveles de testosterona aumentan en el instante los padres escuchan el llanto de los bebés Sin embargo no pueden acudir a consolarlos, situación parecida a una respuesta defensiva o bien agresiva. Algo idéntico ocurre con la oxitocina, hormona íntimamente relacionada con el desarrollo del vínculo afectivo cara el hijo, promoviendo su cuidado. Esta hormona aumenta en las mujeres embarazadas al definitivo de la gestación, se dispara A lo largo del parto y continúa elevada hasta la fecha en que transcurren Varios meses. Ya que bien, en el padre que mantiene contacto afectivo con su bebé los niveles de oxitocina Además aumentan. Y lo mismo sucede con otras hormonas Del mismo modo que la vasopresina y la prolactina, que predisponen al cuidado del recién nacido. Reestructuración cerebral
El cerebro no permanece impasible ante la paternidad. En un estudio efectuado en padres por medio de resonancia magnética a las 2-4 semanas posparto (tiempo 1) y a las 12-16 semanas posparto (tiempo 2), se Encontró que los progenitores experimentaron un aumento en el cantidad de materia gris en las zonas del cerebro implicadas en la motivación y en la recompensa. Los científicos sospechan que podríamos estar frente a un mecanismo para las adaptaciones funcionales –motivación para el cuidado y detección de señales infantiles– que los padres adquieren A lo largo de ciertos meses Tras el nacimiento. Ahora de todo, este período posparto resulta fundamental para desarrollar un vínculo emocional A lo largo de interacciones intensas. Con todo y con eso, la contestación de padres cuidadores principales y secundarios no es semejante. En una investigación reciente se decidió comparar a tres Grupos de padres y madres que criaban a su primogénito: madres heterosexuales cuidadoras primarias, padres heterosexuales cuidadores secundarios y padres homosexuales bajo responsabilidad del cuidado primario que criaban bebés sin participación materna. Las madres heterosexuales cuidadoras primarias revelaron una mayor activación en las estructuras cerebrales de procesamiento de las emociones, al tiempo que los padres heterosexuales cuidadores secundarios mostraron una mayor activación en la red sociocognitiva (comprensión social y cognitiva), relacionada con la oxitocina y la sincronía entre padre/hijo. Los padres homosexuales a cargo del cuidado primario exhibieron una alta activación de zonas cerebrales de manera igual a las madres heterosexuales cuidadoras primarias, y una alta activación de regiones cerebrales comparable a los padres heterosexuales cuidadores secundarios. a su vez se comprobó la alta conectividad funcional entre Los dos sistemas, el de las emociones y el de la red sociocognitiva. En todos y cada uno de los varones, el tiempo dedicado al cuidado infantil directo se vinculó con el grado de conectividad cerebral. Plasticidad para el reto de la paternidad
Como hemos visto, los estudios semejan confirmar la hipótesis de que la base neurobiológica del cuidado paterno es igual a la del cuidado materno, Aunque Del mismo modo que ya adelantábamos al arranque, estamos ante un campo de estudio que requiere más investigación. Las distintas modificaciones neurobiológicas en el proceso de la paternidad se producen Debido a la plasticidad cerebral, esto es, la capacidad del cerebro para cambiar su estructura y su funcionamiento A través de la vida, Del mismo modo que contestación a las características del Entorno (en este caso los estímulos procedentes del hijo y el contexto social), lo cual conduciría a cambios en su conducta. Con las hormonas Del mismo modo que mediadoras, estos cambios facilitarían la adaptación a la nueva ocasión, pues ser padre, Al igual que ser madre, entraña retos importantes. Eso sí, conviene tener presente que no todos los padres tienen exactamente las mismas condiciones para vivir una paternidad con bienestar. Las circunstancias sociales, económicas y del Entorno determinan en gran medida de qué forma puede afrontar cada uno esta inédita etapa vital.<img src=”https://counter.theconversation.com/content/154192/count.gif?distributor=republish-lightbox-advanced” alt=”The Conversation” width=”1″ height=”1″ style=”border: none !important; box-shadow: none !important; margin: 0 !important; max-height: 1px !important; max-width: 1px !important; min-height: 1px !important; min-width: 1px !important; opacity: 0 !important; outline: none !important; padding: 0 !important; text-shadow: none !important” /> Mª Dolores Estévez González. Pediatra. Catedrática de Escuela Universitaria- Facultad de Ciencias de la Salud ULPGC, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Este artículo se publicó originalmente en ‘The Conversation’.