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Los inventos para la vida rutinaria más letales del siglo XIX

En el siglo XIX se ha puesto de moda decorar las paredes de las habitaciones con papel pintado de color verde intenso, que se obtenía A partir de pigmentos elaborados con arsénico y cobre. Se conocía en toda Europa Tal como verde Scheele, en honor al químico sueco Karl W Scheele. Su fabricación era sencilla y muy barata, siendo asequible a todos los bolsillos. Mary Magdalena (1859), de Frederic Sandys, muestra un fondo de papel tapiz verde esmeralda que pudo contener arsénico – Delaware Art Museum Desgraciadamente no se contó con que la humedad y la temperatura de las estancias favorecían el aumento de hongos y bacterias en aquellas paredes y que algunos de esos microorganismos transformaban el arsénico en trihidruro de arsenio, un gas incoloro, inflamable y altamente tóxico. Las intoxicaciones por este semimetal fueron parcialmente comunes en aquella época y no es difícil localizar en los periódicos caricaturas de imágenes de esqueletos, que lucen trajes de color verde esmeralda, rodeados de una nube de polvo venenoso. El arsénico no viajó el único elemento de la tabla periódica que hizo estragos en los confiados burgueses del siglo XIX, Además tuvo su parcela de responsabilidad el plomo. En aquella época los juguetes infantiles estaban esmaltados en vivos colores para captar la atención de los más pequeños. Estos esmaltes llevaban elevadas concentraciones de plomo, que producía en ciertos casos un envenenamiento crónico –saturnismo-, que dañaba el aparato digestivo y el sistema nervioso de los niños. El enemigo número uno de los médicos
Las mujeres abandonaron las capas de enaguas almidonadas de sus abuelas y las sustituyeron por la crinolina o bien miriñaque. Básicamente consistía en una estructura rígida en forma de jaula sobre la cual se disponía la falda del vestido, de forma que adoptase una silueta acampanada. El principal problema de este artilugio era que podía prenderse con facilidad si es que se aproximaba a una fuente de calor y era casi imposible deshacerse de él en esa ocasión. Se considera que en esa centuria fallecieron más de cuarenta mil mujeres en todo el mundo a consecuencia de las quemaduras ocasionadas por llevar crinolina. La moda victoriana impuso otra prenda femenina, el corsé. Si es que hacemos caso de un artículo científico -publicado en 1874- este atuendo era el responsable de hasta noventa y siete enfermedades diferentes. En ese listado se incluían trastornos Como el llamado “pecho jadeante”, las indigestiones, los mareos, las hemorragias internas, ciertos estados de histeria e, incluso, la melancolía. El biberón asesino
En el siglo XIX se introdujo en los hogares el gas Al idéntico que fuente de luminosidad y calefacción. Del mismo modo que es simple suponer su uso no contaba con las medidas de seguridad actuales, los sistemas carecían de llaves de paso y el control del caudal dejaba mucho que desear. Si repasamos la hemeroteca de la temporada no nos costará trabajo encontrar noticias en las que se detallan explosiones nocturnas y muertes “silenciosas” de todos y cada uno de los integrantes de la familia. Los bebés tampoco eran ajenos a los peligros del “progreso”. La revolución industrial supuso un repuesto social de primer orden, se permitió la artesanía y se dio paso a la industria. Los modelos de los biberones, hasta ese momento de estaño, plata, madera o cerámica, fabricados en monopiezas y difíciles de limpiar, se fueron arrinconando. Dejaron paso a modelos diseñados en dos partes –cuerpo y tetina- más higiénicos y fabricados a enorme escala. El acceso a esta clase de biberones trajo de manera añadida un repuesto social, desaparecieron las nodrizas -las amas de leche- y surgieron las “niñeras”, que no tenían entre sus competencias la lactancia materna y, en consecuencia, su salario era menor. Biberón Robert, publicidad de 1882 – Wikipedia Uno de los biberones más populares se dirigió el de Edouard Robert, consistía en un tubo largo provisto de un frasco en su interior y un tapón perforado por el que pasaba un conducto externo de caucho conectado a una tetina. Su diseño era revolucionario No obstante su limpieza era enormemente dificultosa, con lo que se convertía en un verdadero zoológico de microorganismos. No demoró en conocerse vulgarmente con El nombre de “biberón asesino”. Tal era la mortalidad asociada a su manipulación que en 1910 se dirigió prohibida su comercialización. En objetivo, esta es Solo una muestra de las modernidades que se incorporaron en los hogares del siglo XIX y los peligros que llevaban parejos. Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (La villa de Madrid) y intérprete y escritor de Múltiples libros de divulgación.