A principio del siglo veinte se desarrolló de forma exponencial la industria europea y en el país germano el campo químico cobró un protagonismo inusitado. En el año 1909 la compañía BASF puso en marcha un proyecto destinado a producir nitratos con fines explosivos. Fue la espita de la barbarie. A lo largo de la 1era Guerra Mundial se fabricaron armas químicas a escala industrial en forma de bombonas y proyectiles, de modo que los laboratorios se convirtieron en improvisadas trincheras científicas. Pese a que uno de los principales valedores de este repuesto armamentístico fue el premio Nobel alemán Fritz Haber, los primeros en hacer uso de la tabla periódica con fines bélicos fueron los franceses. En agosto de 1914 el ejército galo lanzó granadas cargadas con bromoacetato de etilo, una sustancia lacrimógena empleada anteriormente Al igual que antidisturbio civil. El resultado viajó menos satisfactorio de lo esperado, lo cual no fue óbice para que el proyecto se arrinconase. Los alemanes toman la delantera
Meses entonces –ya estamos en enero de 1915- el científico Fritz Haber propuso emplear cloro para aniquilar ejércitos enemigos. Bajo el paraguas de Guillermo II el ejército teutón lo utilizó Por primera vez en Ypres (Bélgica), a donde llevaron 11.000 bombonas cargadas con este elemento. El 22 de abril de ese año, una fecha que ha pasado a englobar el luctuoso calendario de la estupidez humana, ocasionaron la muerte química de más de 800 personas, a las que hay que sumar otros 3.000 perjudicados. A principio de septiembre los franceses decidieron aplicar La misma medicina y lanzaron más de 5.000 bombonas en la batalla de Loos (Francia). Aunque, sus esperanzas se vieron truncadas Una vez que un cambio de la dirección del viento produjo una intoxicación de las tropas británicas. La aparición de este elemento químico en el ámbito de batalla obligó a los ejércitos a usar soluciones de bicarbonato sódico y piezas de algodón para protegerse de los efectos nocivos. Desgraciadamente no Siempre y en toda circunstancia se disponía del material suficiente y en Ciertas oportunidades tuvieron que recurrir a pañuelos y orina. Los alemanes tomaron nuevamente la delantera y Antes de definitivo de año usaron el fosfogeno, un producto químico más tóxico que el cloro y al que se añadía la peculiaridad de que los síntomas hacían su aparición horas Tras la exposición. En Wieltje (Bélgica) los ejércitos del káiser provocaron más de1.000 bajas, una centena de ellas acudieron mortales. Seis meses después los alemanes perfeccionaron sus ataques químicos al combinar fosfogeno con difosfogeno –una mezcla conocida Además que la «cruz verde»-. Llegaron a disparar más de 100.000 proyectiles con esta composición en Fleury (Francia). El temido gas mostaza
La descoordinación y También improvisación químicas de los primeros años dio paso a una sistematización en el empleo de los gases químicos Desde 1917. Sin duda alguna, el protagonista más conocido de esta segunda fase sea el gas mostaza –la iperita-, bautizada De este modo por el hedor que desprendían sus vapores. La primera vez que se empleó viajó en el mes de julio de ese año en la batalla de Passchendaele (Bélgica). Esta arma mortífera obligó a rediseñar las medidas de protección y a que los soldados utilizasen guantes y un uniforme particular, a causa a que las máscaras no eran lo suficientemente fiables para protegerles. En 1918 un jovencísimo mensajero del 16º Regimiento de Infantería Bávaro de Reserva viajó víctima de uno de los últimos ataques británicos con gas mostaza. Su nombre, Adolf Hitler. Si es que miramos con el telescopio que proporciona la distancia histórica, las armas químicas sí fueron determinantes en un elevado número de batallas, Sin embargo en modo alguno influyeron en el resultado final de la contienda. M. Jara Pedro Gargantilla es médico internista del Sanatorio de El Escorial (La capital de España) y autor de Varios libros de divulgación.
