Ir al contenido

La curiosa historia de la toxina que retrasa el paso del tiempo

El pistoletazo de salida del procedimiento con Botox©, la toxina de la eterna juventud, se desencadenó en el año 1987, En el momento en que el matrimonio canadiense Carruthers -formado por el dermatólogo Alaister y la oftalmóloga Jean- descubrieron por serendipia que la toxina botulínica eliminaba las arrugas. Para ser honestos, ninguno de Ambos advirtió los efectos estéticos de la toxina botulínica, fue una paciente agradecida que no dejaba de insistir a la oftalmóloga que siguiese con el tratamiento, pues sus «patas de gallo» habían desaparecido. En medio los años posteriores los Carruthers llevaron a cabo distintos ensayos, algunos en sus propias carnes, No obstante no fueron capaces de vislumbrar el negocio en el que aquello derivaría, con lo que no llegaron a patentar su descubrimiento. De haberlo hecho encabezarían la lista Forbes de las personas más ricas del planeta. La enfermedad del embutido
La historia de la toxina botulínica es muchos meno prosaica de lo cual se pudiera pensar a priori y para conocerla tenemos que viajar hasta finales del siglo XVIII. Tras las Guerras Napoleónicas (1792-1815) se relajaron las normas higiénicas que regulaban la producción de comestibles en la Europa Central y esto provocó numerosas intoxicaciones alimentarias. Tan Solo en la zona alemana de Württemberg se detectaron, entre los años 1793 y 1853 cuatrocientos casos de intoxicaciones alimentarias con un centenar y medio de fallecidos. Estas cifras tan alarmantes llamaron la atención de un maestro de la Universidad de Tübingen, Johann H. Ferdinand Auttenrieth (1772-1835) que, Despues de auditar los informes doctores, alcanzó a la conclusión de que, aparte de los síntomas gastrointestinales, los intoxicados tenían dilatación de las pupilas (midriasis) y veían doble (diplopia). Datos clínicos muy interesantes Pero que no resolvían cuál era la causa última de la intoxicación. En medio mucho tiempo se barajaron distintos teorías, entre ellas que el envenenamiento pudiera estar relacionado con el ácido prúsico. El médico Justinus Kerner (1786-1862), Después de un seguimiento exhaustivo de más de un centenar de fallecidos, concluyó que La mayor una parte de los intoxicados habían comido un plato habitual de la zona llamado «blunzen» o «saumagen», estómago de cerdo cocido relleno de salchichas de sangre. Por este motivo se bautizó a la enfermedad con El nombre de botulismo, del latín botulus, salchicha. Literalmente el botulismo es la «enfermedad del embutido». Kerner se dirigió incapaz de localizar el patógeno responsable de la intoxicación, Pero concluyó su estudio diciendo que la enfermedad se producía Desde una toxina que se desarrollaba en las salchichas en mal estado, que era letal aun a pequeñas dosis y que afectaba tanto al aparato digestivo De La misma manera que al sistema nervioso. La banda musical que ayudó a la identificación
Tuvimos que esperar prácticamente un siglo a fin de que se pudiera poner nombre y apellidos a aquella extraña enfermedad. A mediados de diciembre de 1895 en Ellezelles (Bélgica) una banda musical se dirigió invitada a tocar una elegía funeraria. En seguida de la ceremonia la orquesta acudió a la posada «Le Rustic» en donde degustaron, en compañía de otros lugareños, grandes cantidades del habitual jamón salado. Al parecer el animal había sido sacrificado cuatro meses atrás, fue esa «frescura» la responsable de que treinta y cuatro comensales enfermaran, incluyendo los músicos, y que tres fallecieran –una mortalidad del diez por ciento-. A partir del estudio de la carne contaminada y del bazo de uno de los muertos el profesor Emile P. Marie van Ermengem (1851-1932), un discípulo de Robert Koch, pudo aislar esporas de una bacteria desconocida hasta aquel instante a la que bautizó Del mismo modo que Bacillus botulinus. Tiempo a continuación se aislarían siete toxinas diversos –identificadas con las letras A-G- de las cuales cuatro son mortales para el ser humano. Las toxinas provocan el fallecimiento de los pacientes intoxicados por asfixia, al bloquear las contracciones del músculo diafragma. Este efecto se sucede por la inhibición en la liberación de un neurotransmisor (acetilcolina) que transmite la señal eléctrica A partir de los nervios hasta el sistema músculo-esquelético. Este bloqueo es precisamente el que induce la desaparición de las arrugas y nos ayuda a combatir el inexorable paso del tiempo. M. Jara Pedro Gargantilla es médico internista del Sanatorio de El Escorial (Madrid) y cantautor de Múltiples libros de divulgación