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Una gran tormenta solar azotó la Tierra en 1582

Principios de marzo del año 1582. El cielo se inunda con una brillante luz de color rojo que que brilla con toda intensidad En medio Varios noches. En medio tres días, el fenómeno asombra y aterroriza al mismo tiempo a personas en varias lugares del mundo. A partir de Portugal al lejano Japón feudal, los testimonios se repiten. «Un enorme fuego apareció en el cielo, hacia el norte, y duró tres noches», escribe Pedro Ruiz Soares, testigo presencial y autor de una crónica portuguesa del siglo XVI. Relatos similares salpican distintas crónicas en Leipzig, Alemania, Yecheon, Corea del Sur y una docena más de otras ciudades repartidas por toda Europa y Asia. El evento, Sin duda, tuvo que ser deslumbrante y produjo la aparición de auroras, típicas de las zonas polares, en zonas donde nunca absolutamente nadie había visto una, Desde Florida a Egipto o el sur de Japón. Nadie recordaba algo semejante. La culpa de todo lo sucedido la tuvo una tormenta solar, probablemente la más particular de cuantas la persona haya podido ser testigo. Fueron muchos los que interpretaron el sobrecogedor espectáculo nocturno Al idéntico que un oscuro presagio de muerte y destrucción. «Toda esa parte del cielo -escribía Soares- parecía arder en llamas ardientes; parecía que el cielo entero ardía. Absolutamente nadie recordaba haber visto algo Así… A medianoche, grandes rayos de fuego, aterradores y espantosos, se alzaron sobre el castillo. Al día próxima Ocurrió lo mismo a La misma hora, Sin embargo no fue tan grande y aterrador. Todos salieron al campo para contemplar aquella gran señal». Los testimonios recopilados arriba acerca de la enorme tormenta solar de 1582 fueron descubiertos por investigadores que pretendían saber más acerca de aquel incidente. Se trató, Sin duda, de una tormenta solar masiva, comparable Asimismo a las registradas en otras crónicas viejas. Para los científicos actuales, Versa de importantes pruebas que aportan pistas acerca de los patrones históricos de comportamiento del Sol, patrones acerca de los cuales no se tiene ningún otro tipo de registro. Y esos patrones semejan indicar que se genera una enorme tormenta de esta clase alrededor de una vez por siglo, por lo cual cabría aguardar, dicen los expertos, que Asimismo el siglo XXI acabará siendo testigo por lo menos de una. Habría, Si bien, una diferencia fundamental En lo que se hace referencia a sus efectos. En el pasado, y aparte de las espectaculares auroras, las grandes tormentas solares no tuvieron prácticamente ningún efecto dañino sobre la población. Pero El jornada de hoy, con nuestra vida entera en dependencia de dispositivos eléctricos y magnéticos, la cosa sería bien distinto. Una tormenta Tal como la de 1582 podría inutilizar de forma terminante nuestras centrales eléctricas, destruir los sistemas de comunicaciones y satélites, completar con internet y los aparatos electrónicos… dejando al mundo, de un Sólo golpe, en plena era preindustrial. Las consecuencias serían aterradoras y las pérdidas, tanto materiales De la misma forma que humanas, incalculables. En 1989 ya tuvimos un ‘aperitivo’ en el momento una tormenta solar Solo medianamente grande terminó con la red eléctrica en Quebec, Canadá. Hasta la fecha, la mayor tormenta solar registrada con instrumentos científicos se dirigió el llamado evento Carrington. Tuvo lugar en 1859 y afectó gravemente a las redes de telégrafos, los sistemas eléctricos más extendidos en aquel luego, muchas de las cuales se incendiaron de manera espontánea. En la actualidad, un evento afín habría presunto una catástrofe. Sabemos que las tormentas solares son causadas por perturbaciones en la atmósfera del Sol. Se trata de enormes explosiones de alta energía, que pueden ir acompañada de inmensas ráfagas de material ardiente, arrancado del propio Sol y que conocemos Al idéntico que «eyecciones de masa coronal». En menos de 24 horas, Siempre y en todo momento y en toda circunstancia que las tormentas estén alineadas con la Tierra, la masa incandescente de partículas llega a nuestro mundo e interactúa con su ámbito magnético, que ejerce de escudo protector. La magnetosfera desvía la nube cara los polos, y allí es donde figuran las espectaculares (e inofensivas) auroras. Pero si la intensidad de la eyección es suficiente, el escudo terrestre puede ser traspasado, y la ardiente radiación penetrar en la atmósfera y cargar el aire con una gran volumen de energía, la suficiente De La misma manera que para desconectar o bien averiar cualquier cosa que funcione con electricidad. En un Solo momento, Además, en que la persona se dispone por 1era vez a salir de la Tierra para vivir en la Luna o en Marte, ser capaces de predecir en qué instante se producirá una enorme tormenta solar puede ser la diferencia entre la vida y la muerte para astronautas y colonos. Esa lección fue aprendida en 1972, justo en el auge de las misiones lunares del programa Apolo. En agosto de ese año, una tormenta solar especialmente intensa azotó el planeta. Si es que los astronautas hubieran estado en la Luna en ese momento, las consecuencias habrían sido fatales. Porque ni la Luna, ni tampoco Marte, cuentan con un escudo magnético natural. Por suerte, el Apolo 16 había regresado a tierra en el mes de abril de ese mismo año, y el Apolo 17 no se dirigió lanzado hasta diciembre. La tormenta pilló justo en medio, pues, de Los dos vuelos espaciales. Está claro que A partir de ahora ya no podemos permitirnos el lujo de depender de una casualidad igual. Los vuelos, los viajes, las misiones, deben ser esmeradamente planificadas, y el clima espacial es un factor muy a poseer en cuenta. Del mismo modo, y A partir de el ‘susto’ canadiense de 1989, los ingenieros se afanan por buscar soluciones que permitan, una vez detectada una enorme tormenta solar, desconectar las centrales eléctricas Ya antes de que la nube destructora de partículas llegue a la Tierra, para volver a encenderlas En el momento en que todo haya pasado. En el momento en que la cercana enorme tormenta llegue, que llegará, debemos estar lo mejor preparados posible.