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Una vez que la bala de Minié se convirtió en la primordial enemiga de los cirujanos militares

La Guerra de Secesión Americana (1861-1865) viajó la 1era guerra a enorme escala de la modernidad, con armas de fuego de alto alcance y manufacturadas en masa. La aparición de la fotografía, unos años Antes, permitió que los civiles conocieran de primera mano las pavorosas matanzas que tenían lugar en el ante de batalla. Según la Civil War Society de ciento setenta y cinco mil casos de heridos en extremidades, treinta mil acabaron en amputación. Hay quienes han criticado que los cirujanos militares abusaran de la sierra, En tanto que amputaban brazos y piernas tan velozmente De esta forma tal como los soldados podían ser colocados en las improvisadas mesas de operaciones. Los heridos solían aguardar su turno junto a los cadáveres, y muchas veces barracas, cocinas y morgue compartían un mismo habitáculo, por lo cual las epidemias de disentería y fiebre tifoidea estaban a la mandato del día. Falta de asepsia y anestesia
La única anestesia que disponían los cirujanos en aquellos instantes era el cloroformo, una sustancia química que administraba, habitualmente, otro soldado que hacía las veces de ayudante de quirófano. El desconocimiento de la farmacología y de la dosis adecuada hizo que en muchos casos el anestésico provocase una parada cardiorrespiratoria Ya antes de iniciar la cirugía. En el momento en que no había cloroformo, algo que tampoco era inusual, se suministraba whisky. Muchos cirujanos carecían no Sólo de pericia Sino más bien También de los conocimientos quirúrgicos básicos, Porque no era excepcional que un lego se hiciese pasar por doctor sin serlo, evitando De este modo ir al frente de batalla. Para superar el examen de admisión tan Sólo había tenido que demostrar mínimos conocimientos de anatomía. Por si es que todo esto no era suficiente, a su vez había que añadir La falta de asepsia en los quirófanos. A causa a que en aquella época Aún no había nacido el ámbito de las enfermedades infecciosas era bastante frecuente ver al cirujano limpiar el bisturí con la suela de su bota entre dos intervenciones. Las posibilidades de sobrevivir a la cirugía en el bando de la Unión –los de norte- se reducían al veinticinco %, una cifra que se nos antoja baja, No obstante superior, Indudablemente, a la de los Confederados que ni siquiera pudieron llevar un registro de los fallecidos. Un tipo de heridas desconocidos hasta el momento
En el verano de 1862, Posteriormente de la Segunda Batalla de Bull Run, al enorme trabajo periódico de los cirujanos sureños se Añadió una inédita dificultad: Empezaron a observar un tipo de heridas inéditas hasta ese instante. A los quirófanos llegaban heridos con un único orificio de entrada, Sin embargo con Múltiples puntos de salida, a su vez A lo largo de el tramo el proyectil había provocado fracturas de huesos largos, pérdida de la integridad ósea, evisceraciones abdominales y desgarros de vísceras. La razón de todo aquel dislate anatómico no era otra que el ejército de la Unión había incorporado a su arsenal un nuevo proyectil de fusil -que sustituía las balas redondas y lisas- bautizado Al parecido que «bala de Minié». Claude-Etienne Minié (1804-1879) viajó un coronel del ejército francés de vida errante que terminó su carrera profesional Del mismo modo que armero jefe de la empresa Remington en USA. A lo largo de toda su vida protestó de que las balas redondas tenían poco alcance, escasa precisión -debido a la resistencia del aire- y poca letalidad. Todas y cada una estas áreas de mejoras acudieron la semilla de la aparición de una bala de su creación, de manera semipiramidal, con un núcleo central especial y la comunicado previa y exterior más blanda y rallada, y, lo más particular, una capacidad destructiva mucho mayor. La invención de Minié dejó a los cirujanos a los pies de los caballos de la muerte, con pocas posibilidades para elaborar una cirugía reconstructora eficaz. Muy frecuentemente tan Solo les quedaba o bien bien la amputación o bien observar pasivamente la evolución, casi Siempre y en toda circunstancia cruel y fatal. Pedro Gargantilla es médico internista del Sanatorio de El Escorial (La capital española) y cantautor de Varios libros de divulgación.