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La relación de Hitler y los bolígrafos: cómo la Segunda Guerra Mundial pudo acabar con un invento revolucionario

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El origen revolucionario del bolígrafo

Sin duda alguna, el bolígrafo es el utensilio de escritura más utilizado a nivel mundial. Apareció en 1943 y rápidamente sustituyó a la pluma estilográfica como el instrumento más eficaz y cómodo para escribir en papel. Su inventor fue Ladislao Biro, un periodista que, aburrido de las manchas que dejaba la pluma cada vez que tomaba notas, se empeñó en innovar con una alternativa más agradable. De las neuronas de este húngaro surgieron, además, otros inventos como el termógrafo clínico, una máquina para lavar ropa, un perfumero o el sistema electromagnético del tren bala. Y así hasta treinta y dos inventos diferentes.

El significado etimológico del bolígrafo

Etimológicamente, la palabra bolígrafo viene del latín “bulla”, que significa bola o burbuja, y “grafo”, que en griego quiere decir escritura. Parece ser que la idea del invento surgió mientras Biro paseaba por un parque y observó como un grupo de niños atravesaba un charco de agua mientras jugaba a la pelota, el balón en su recorrido por el suelo dibujaba una fina capa de agua, recta y uniforme.

Los obstáculos tras el invento

A pesar de lo revolucionario de su invento, a punto estuvo de acabar en el rincón del olvido. Y es que coincidió en el tiempo con el ascenso del nazismo al poder en Alemania y el estallido de la Segunda Guerra Mundial. El desarrollo de los acontecimientos bélicos impidió poner en marcha la producción industrial del primer bolígrafo. Afortunadamente un encuentro causal con el expresidente de Argentina, Agustín Pedro Justo, permitió resolver todos los problemas, ya que no solo le animó a desarrollar el invento en su país, sino que también consiguió los visados para que pudiera abandonar Europa y fijar su residencia al otro lado del Atlántico.

El funcionamiento químico del bolígrafo

La tinta del bolígrafo está formada por un componente elaborado a partir de resinas químicas y vinílicas las cuales permiten conseguir una consistencia líquida, de forma que los disolventes puedan suspender o disolver los pigmentos de la tinta, permitiendo que fluyan sobre el papel. A nivel químico, los disolventes suelen ser glicoles, principalmente etilenglicol, a los que se suelen añadir lubricantes para que la bola metálica del bolígrafo no se pegue. En estos momentos disponemos de una enorme variedad de aglutinantes que ayudan a transportar el pigmento y adherirlo a la superficie del papel. La gama de colores varía en función del tipo de pigmento utilizado, así por ejemplo las tintas negras se consiguen a partir del negro de humo (carbonización de diferentes materiales orgánicos), la tinta azul del trifenilmetano, las rojas utilizan como base el tinte de eosina y el amarillo se consigue gracias a la diarilida. Para obtener el color adecuado es necesario un proceso de mezcla y posterior refinado muy preciso, mediante el cual se persigue que el pigmento tenga un tamaño lo suficientemente pequeño como para que pueda integrarse de forma óptima en la mezcla.

El mito del bolígrafo espacial

Hace años se hizo viral la historia que afirma que la NASA se gastó un millón de dólares para desarrollar un bolígrafo capaz de escribir en el espacio y que la agencia espacial rusa se limitó a usar lápices. Sabemos que no es más que una fake news y que el mítico bolígrafo, mucho más barato en su coste, fue desarrollado, además, usando capital privado. Aquel bolígrafo fue bautizado como Space Pen y su alumbramiento tuvo lugar en octubre de 1965, utilizando cartuchos de tinta presurizados, de forma que permitía no solo la escritura en ingravidez, sino también bajo el agua, sobre papel húmedo o grasiento, y en un amplio abanico de temperaturas.

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